sábado, 19 de julio de 2014

Entre el Tiempo y la Vida



Entre el tiempo y la vida
(Experiencia Onírico-temporal)


D
esperté sobre la arena tibia de una playa; sintiendo esa sensación de ser la primera vez que se toca la arena, aunque de sobra conocía el tacto agradable de la arena en la sombra. El olor del mar me llegaba entrañable; a algas… a yodo, y resultaba extraño, porque ese aroma siempre indica un roquedal cercano; sin embargo, la vista se perdía entre las dunas y el mar; quizás si me incorporase vería alguna roca.
Maravilloso, realmente portentoso era el cuadro que se abría ante mis ojos. Allí estaba Yo: de pie sobre un islote de arena entre el mar y aquel caserón que se erguía coronando un acantilado azulino alfombrado por una hierba muy fina y aterciopelada que se hundía en la arena blanca; por un momento pensé que aquel edificio podría ser una obra de Antoni Gaudí. Según me acercaba, no solo aumentaba de tamaño –así lo parecía- sino que desaparecían las uniones y las esquinas, dando la sensación a los muros de parecer una piel… Una hermosa piel de arenisca que ascendía desde el acantilado; refundiéndose en cristal de alabastro verde-azulino a diez metros de altura para acabar estirándose quince metros más allá en torrecillas y miradores de Jade acristalados con geometrías de colores, y, todos ellos tocados con cúpulas desiguales y a cada cual más original: Unas eran doradas y otras como de coral rojo que subían como lanzas en espiral hasta el cielo; otras eran bizantinas y unas coloreaban al tornasol lapislázuli y otras al añil… Sin embargo, el conjunto, no parecía castillo ni templo; tampoco infundía temor; más bien desprendía calma y serenidad.
Comenzó a soplar viento flojo del interior. Un viento sedoso, templado, cargado de aromas de pino e hinojos. Un viento que transportaba ecos y voces cercanas que parecían venir desde el otro lado del caserón… y hacia ellas me encaminé. Tomé un tupido sendero de hierba que subía bordeando el muro y terminaba en un mirador situado en un pequeño promontorio coronado por una taula-dolmen que se levantaba hasta  cinco metros de altura y que era de piedra roja muy bruñida. Desde el mirador se divisaba una pradera bordeada por un bosque y un lago (todo muy del tipo inglés), donde se afanaban un numeroso grupo de personas en levantar carpas y también un escenario. Parecía evidente que estaban de fiestas. Llegado a este punto, no cabía duda que estaba soñando. Yo ya había pasado por varios episodios oníricos de realidad asombrosa, los cuales se habían desarrollado en diferentes épocas de la historia y sobre los que luego había escrito relatos basados en la propia vivencia onírica; así que, tanto el color azulino cambiante del cielo y el entorno, como la habilidad para acercar o alejar los objetos a voluntad me resultaban muy familiares. Plenamente convencido de estar viviendo una experiencia onírica de primer orden*, me dispuse a estar muy atento para no perder detalle…
Una pelirroja joven -se parecía mucho a Ana- hippie treintañera, bajó de una escalera y dejó sobre una silla un capacho de mimbre lleno de estrellas de cristales de colores; se giró y clavó sus ojos verdemar en los míos y me dijo:
_Deberías dejar a mi padre entrar en el pasillo del tiempo… Es tu heredero; tus cosas serán las suyas y suyo será tu tiempo. Una voz anciana que no reconocí como mía, salió de mi interior y contestó…
_No puedo dejarlo entrar… De sobra sabes que en el pasillo del tiempo no hay puertas de entrada ni de salida; solo se llega a través del tiempo… A través del sueño.
_Hazle soñar.
_Lo he intentado muchas veces… pero es blanco. Aunque hoy sería el momento más adecuado, porque llegará un viajero; es el que llevo esperando desde siempre, y también estará abierto el arco del pasillo… Sí, él podría entrar por el halo del sueño que dejará justo antes de salir; sería muy rápido y por esta vez no tendría que subir la escalera, pero claro, tendría que soñar y recordar la experiencia para volver a soñar.
_Pues ya ha empezado a soñar y hacia el caserón se ha marchado, no ha respetado ni que hoy es tu cumpleaños. Sonrió, me hizo una cariñena y volvió a subirse a la escalera para seguir colocando estrellitas de colores en el cable.
A grandes zancadas llegué hasta el caserón; lo hice tan rápido que casi me golpeo contra el muro; a decir mejor, contra una escalinata que subía hasta una torrecilla espiral de coral. Comencé a subir por la escalinata*, y aquí sucedió un episodio que se me antoja un tanto inquietante: A medio camino de la escalinata apareció un rellano que contaba con un banco para descansar; yo no estaba cansado, pero me tuve que sentar. Y entonces aparecieron las niñas: Una de ellas, la que aparentaba tener doce años; pecosa; con melena canela y aspecto travieso como ella sola, me dijo:
_Ya era hora de que te sentases… ¿Vas a la torre?
_ Sí… (y esa sí era mi voz)… Tendrá vistas bonitas ¿verdad?
_Bonitas, bonitas… como es la de coral, se ve el mar desde dentro y desde fuera… precioso.
_ Ahh… Pues a subir toca. Me incorporé y avancé tres pasos hacia la escalinata; para mi asombro, la niña cerró el acceso con una cancela que antes no existía y yo me quedé sobre una isla en el aire agarrado a la verja; tras ella, la traviesa se reía y me conminaba a saltar por encima de la valla si quería continuar la escalada, y, si así no lo hacía, el escalón y la verja desaparecerían y yo me caería al vacio.
En ese instante, la niña que aparentaba ocho años cogió la mano de la otra y le dijo:
_Déjalo pasar… No está sucio y tiene la mirada noble.
_Tendrá que saltar; no tiene zapatos… Y quien llega sin zapatos algo esconde.
_Huele a Mar… vino del mar… y está subiendo por la torre del mar.
_Pues que lo demuestre y salte la verja.
_Es un anciano, no podrá y se caerá… y se perderá.
_¡Un anciano yo!... ¡Venga! Esta verjita la salto sin manos.
Y me subí a un travesaño… y ya no era una verjita… ahora se había convertido en algo estrecho e infranqueable, en donde ni se colocaba bien un pie ni existía sitio donde agarrarse con las manos; peor aún: el piso comenzaba a desaparecer. La pequeña empezó a sollozar… de alguna manera, aquellas dos lagrimitas se grabaron en lo más profundo de mi alma.
_Está bien, que pase, pero tú no llores… aunque tendrá que entrar por el hueco de las palomas.
_No, no… no empujó la verja, la quiso saltar, y por eso, él pasará por el arco al pasillo.
_¡Pasará por el palomar!
La pequeña se acercó con una llave en la mano. Parecía cambiar de raza y se hacía más infantil según avanzaba, y también irradiaba la misma ternura que una hija propia. La verja se abrió, yo pasé, y la chiquitina me sonrió…
_ Bueno, pues ahora entra por ahí… Dijo la traviesa.
_Yo querría subir a la torre… si puede ser.
_No puedes subir a la torre, a la torre solo subimos los que ya estamos aquí, los que venís por la escalera solo podéis caer al viento del tiempo, y bueno, algunos podéis entrar al pasillo por el arco o por el palomar.
_ ¿Por qué tengo que entrar en ese pasillo?
_Porque subiste a la escalera.
_Qué chasco, me hacía ilusión subir a esa torre tan bonita… Bueno, pues bajaré por otro sitio, no tengo ganas de ir a ningún pasillo… tengo ganas de ver torres bonitas.
_Qué cabezota, no puedes bajar, solo puedes entrar al pasillo… Y es por aquí
La entrada era como una gatera dentro de una gruta: sucia, estrecha y curvada.
_No pasará. Dijo la pequeña.
_Es que está gordito.
Y no pasé… Reculé sucio y me traje varios roces en codos y rodillas.
_No es que yo esté gordito, es que es muy estrecha la entrada.
_Nunca pasarías por ahí… tienes suerte… tú pasarás por el arco.
_Sitúate en el lado de fuera y deja que te lave el viento un buen rato; luego cruza el arco… Poco a poco se desvanecieron las dos niñas… Solo quedó el aire azulino.
Lo de cruzar el arco se me antojó como lavarme la cara; secármela y luego abrir los ojos para encontrarme en el lugar más íntimo de mi propio ser. Se trataba de un pasillo sin final… Se trataba del pasillo más hermoso que uno pueda imaginar: Si mirabas hacia arriba, la vista se perdía entre destellos que subían y descendían en el interior de una cúpula que cambiaba constantemente de color y de forma; todo sucedía despacio… sin prisas… Al ritmo del tiempo.
Al frente discurría un pasillo flanqueado por multitud de mesas y estanterías que albergaban un innumerable contingente de objetos; muchos de ellos los reconocí al instante; como fotos familiares; allí estaba mi boya de pesca; el traje de flores de Ana; las gafas rectangulares de color azul que regalé a mi amigo Carlos; el juego de “Risk” de Quico Beardo; una caja llena de cigarrillos de todas las marcas que mi hermana Isa coleccionó; el tocadiscos que llevábamos al camping de San Vicente do Mar; cientos de Long-Plays; y un largo etcétera… Pero me inquietaban los otros objetos y las otras fotos, aquellos que no reconocía pero que me resultaban extraordinariamente familiares: El enorme rubí esférico tallado que descansaba en una cama dentro de una cajita  de obsidiana; aquella cajita estaba labrada con motivos estelares que representaban las constelaciones del zodíaco, y yo… Yo sabía dónde y cómo se habían tallado; también sabía que, el rubí, cuando recibía un rayo de luz del mediodía en una cámara oscura, repetía el rayo en las paredes de la cámara hasta la eternidad, pero no sabía por qué lo sabía. Allí estaban todas mis marinas y muchas más que no reconocí; me gustó, porque cada una de ellas recibía la luz por donde debían y mostraban así su alma… Luego estaba aquella biblioteca… la entrañable pluma con el número 10 en el capuchón; fotos de personas que nunca había visto. Una inquietante foto de Ana conmigo, en casa, ya ancianos y con dos niños en brazos… Avanzaba ensimismado y, al cruzar bajo un espectacular arco de vidrieras estrechas aparecí en un dormitorio, tan desconocido como familiar me resultó que, sin dudar fui hasta el zapatero a calzarme unas zapatillas de cuero y pelo que ya sabía dónde estaban; mas, al posar la vista sobre el lecho de la cama, encontré a un personaje sumido en un duermevela. Se trataba de un anciano que me miraba muy atento. Habló emocionado con el mismo timbre que yo utilicé para contestar a la chica pelirroja.
_Por fin coincidimos… Llevo esperándote una eternidad; siempre estuviste unos segundos delante o después y nunca coincidíamos… pero ven, ven y siéntate a mí lado… déjame que te vea.
_¿Quién eres?
_¿Que quién soy yo?... Je, je. Mira, la primera vez que supe de ti fue durante el gran éxodo atlante. Entonces conocí a un muchacho que decía ser hijo de Melkart, el príncipe atlante que huyó de Agadisia con más de trescientas personas; las mismas que construyeron el farol del arenal de Gadish. Después de la gran ola, el muchacho rescató del desastre la piedra de la luz y me la entregó a mí; porque así se lo pidió su padre antes de morir… Yo era el jefe de una tribu celta que huía del frío del Norte y, la piedra, es el rubí que está en la cajita de piedra negra; y el muchacho eras tú… y también eras mi alma. Desde entonces viajamos parejos por el sueño en el tiempo sin coincidir… Hasta ahora.
_La historia es tremenda, pero yo he nacido en el siglo veinte, que no en la edad de hielo… Y a propósito ¿tú no habrás leído mi libro de cuentos y fábulas?...
_Ja, ja… Tus libros… todos tus libros los hemos escrito juntos durante más de seis mil años… Son todos esos que llenan las estanterías.
_Vaya, no sabía yo eso; siempre creí que lo que yo escribía salía de mi mente y por mis manos.
_Por tus manos en tu tiempo y por las mías en mi tiempo… y por las de otros en sus tiempos… pero por la misma mente siempre.
_Difícil de comprender es eso.
_¿Recuerdas cuando fuiste un poeta francés? ¿El amante de Carmela la bandolera durante el sitio de Cádiz?... ¿Recuerdas el Rey tartesso que perdió la cordura con una corona?... ¿y aquel joven que estudió en la Medersa de Fez y que casi cambia la historia con un cargamento de velas… los recuerdas?.
_Esos son cuentos míos… imaginaciones mías.
_¿Pero es que nunca te extrañó lo fácil que te resultaba inventarte una historia?... Además, siempre has dicho que tus historias venían del sueño.
_ Eso es cierto. Entonces, ¿tú dices que eres?…
_Sería mejor que dijeses… “Somos”
Le cogí las manos y le miré a los ojos; y efectivamente, la sensación, si bien placentera, era como tocarme a mí mismo… como mirar dentro de mí interior, pero sin ver. Entonces nos abrazamos emocionados, sin poder evitar que las lágrimas se quedasen en su sitio…
_Sé que te ronda una pregunta… La pelirroja es especial; ella, en el estado de consciencia es mi nieta. Su padre es parte nuestra, pero no sueña… todavía; y lo más terrible de todo: es mi único hijo, y, es el segundo caso que conozco donde una mente utiliza dos cuerpos en el mismo instante del tiempo consciente. Lo normal somos tú, yo y los demás; ya sabes, la misma mente creciendo en diferentes zonas del tiempo; si bien, que coincidamos dos partes de una mente como padre e hijo en zona consciente es casi imposible, solo los que leemos y viajamos por el sueño somos capaces de coincidir en el tiempo… como tú y yo ahora; y por supuesto, como mi nieta: Vera Glaucinia, la pelirroja, ella forma parte de una mente más antigua y compleja que la nuestra. Los de su mente sueñan y viajan a voluntad; incluso tienen un pasillo circular; también son capaces de interrelacionarse con otras mentes diferentes a la suya durante el sueño. Ella quiere que su padre consciente actual, mi hijo, que como ya te dije no sueña, pueda soñar y entrar en nuestro pasillo del tiempo, pero no sé si podrá hacerlo… Hay muchos que no pueden…
Lentamente su semblante se fue enfriando y cambiando al color azulino que tienen las cosas del sueño; el anciano se desvanecía.
_Adiós, José, has sido el mejor regalo que podía imaginar… escríbelo; y verás que la próxima vez que camines por el pasillo estará sobre la mesa de entrada… yo lo dejaré allí.
El anciano desapareció sin dejarme su nombre, y yo me quedé sobre el lecho, solo y con la vista puesta en el techo que, ahora giraba despacio y cambiaba del color azul de los sueños a la luz brillante de la consciencia… Segundos antes de salir, noté que alguien entraba por el pasillo.
Y vuelta a la consciencia, no pude por menos que escribir la experiencia… Sobre todo, por si algún día vuelvo al pasillo del tiempo poder reconocer a otra parte de mi propia existencia… Esa que entró en el pasillo justo después de salir Yo.


¿Continuará?




*Denomino “experiencia onírica de primer orden”, a todas aquellas vivencias en estado de inconsciencia que no son provocadas por el cerebro para avisar al durmiente de malas digestiones (meteorismos) ó pesadillas derivadas de diversas índoles traumáticas. Por regla general, durante una “experiencia onírica de primer orden”, el durmiente se conecta a la vía principal de la mente, y suele “pasearse” por algún momento ó episodio intemporal.
*La escalinata era especialmente extraña: los escalones eran irregulares en todos los sentidos y cada peldaño era diferente en cuanto a forma, color y material. Y lo más curioso era que, según iba subiendo, los escalones que dejaba atrás desaparecían.

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