sábado, 19 de julio de 2014

Entre el Tiempo y la Vida



Entre el tiempo y la vida
(Experiencia Onírico-temporal)


D
esperté sobre la arena tibia de una playa; sintiendo esa sensación de ser la primera vez que se toca la arena, aunque de sobra conocía el tacto agradable de la arena en la sombra. El olor del mar me llegaba entrañable; a algas… a yodo, y resultaba extraño, porque ese aroma siempre indica un roquedal cercano; sin embargo, la vista se perdía entre las dunas y el mar; quizás si me incorporase vería alguna roca.
Maravilloso, realmente portentoso era el cuadro que se abría ante mis ojos. Allí estaba Yo: de pie sobre un islote de arena entre el mar y aquel caserón que se erguía coronando un acantilado azulino alfombrado por una hierba muy fina y aterciopelada que se hundía en la arena blanca; por un momento pensé que aquel edificio podría ser una obra de Antoni Gaudí. Según me acercaba, no solo aumentaba de tamaño –así lo parecía- sino que desaparecían las uniones y las esquinas, dando la sensación a los muros de parecer una piel… Una hermosa piel de arenisca que ascendía desde el acantilado; refundiéndose en cristal de alabastro verde-azulino a diez metros de altura para acabar estirándose quince metros más allá en torrecillas y miradores de Jade acristalados con geometrías de colores, y, todos ellos tocados con cúpulas desiguales y a cada cual más original: Unas eran doradas y otras como de coral rojo que subían como lanzas en espiral hasta el cielo; otras eran bizantinas y unas coloreaban al tornasol lapislázuli y otras al añil… Sin embargo, el conjunto, no parecía castillo ni templo; tampoco infundía temor; más bien desprendía calma y serenidad.
Comenzó a soplar viento flojo del interior. Un viento sedoso, templado, cargado de aromas de pino e hinojos. Un viento que transportaba ecos y voces cercanas que parecían venir desde el otro lado del caserón… y hacia ellas me encaminé. Tomé un tupido sendero de hierba que subía bordeando el muro y terminaba en un mirador situado en un pequeño promontorio coronado por una taula-dolmen que se levantaba hasta  cinco metros de altura y que era de piedra roja muy bruñida. Desde el mirador se divisaba una pradera bordeada por un bosque y un lago (todo muy del tipo inglés), donde se afanaban un numeroso grupo de personas en levantar carpas y también un escenario. Parecía evidente que estaban de fiestas. Llegado a este punto, no cabía duda que estaba soñando. Yo ya había pasado por varios episodios oníricos de realidad asombrosa, los cuales se habían desarrollado en diferentes épocas de la historia y sobre los que luego había escrito relatos basados en la propia vivencia onírica; así que, tanto el color azulino cambiante del cielo y el entorno, como la habilidad para acercar o alejar los objetos a voluntad me resultaban muy familiares. Plenamente convencido de estar viviendo una experiencia onírica de primer orden*, me dispuse a estar muy atento para no perder detalle…
Una pelirroja joven -se parecía mucho a Ana- hippie treintañera, bajó de una escalera y dejó sobre una silla un capacho de mimbre lleno de estrellas de cristales de colores; se giró y clavó sus ojos verdemar en los míos y me dijo:
_Deberías dejar a mi padre entrar en el pasillo del tiempo… Es tu heredero; tus cosas serán las suyas y suyo será tu tiempo. Una voz anciana que no reconocí como mía, salió de mi interior y contestó…
_No puedo dejarlo entrar… De sobra sabes que en el pasillo del tiempo no hay puertas de entrada ni de salida; solo se llega a través del tiempo… A través del sueño.
_Hazle soñar.
_Lo he intentado muchas veces… pero es blanco. Aunque hoy sería el momento más adecuado, porque llegará un viajero; es el que llevo esperando desde siempre, y también estará abierto el arco del pasillo… Sí, él podría entrar por el halo del sueño que dejará justo antes de salir; sería muy rápido y por esta vez no tendría que subir la escalera, pero claro, tendría que soñar y recordar la experiencia para volver a soñar.
_Pues ya ha empezado a soñar y hacia el caserón se ha marchado, no ha respetado ni que hoy es tu cumpleaños. Sonrió, me hizo una cariñena y volvió a subirse a la escalera para seguir colocando estrellitas de colores en el cable.
A grandes zancadas llegué hasta el caserón; lo hice tan rápido que casi me golpeo contra el muro; a decir mejor, contra una escalinata que subía hasta una torrecilla espiral de coral. Comencé a subir por la escalinata*, y aquí sucedió un episodio que se me antoja un tanto inquietante: A medio camino de la escalinata apareció un rellano que contaba con un banco para descansar; yo no estaba cansado, pero me tuve que sentar. Y entonces aparecieron las niñas: Una de ellas, la que aparentaba tener doce años; pecosa; con melena canela y aspecto travieso como ella sola, me dijo:
_Ya era hora de que te sentases… ¿Vas a la torre?
_ Sí… (y esa sí era mi voz)… Tendrá vistas bonitas ¿verdad?
_Bonitas, bonitas… como es la de coral, se ve el mar desde dentro y desde fuera… precioso.
_ Ahh… Pues a subir toca. Me incorporé y avancé tres pasos hacia la escalinata; para mi asombro, la niña cerró el acceso con una cancela que antes no existía y yo me quedé sobre una isla en el aire agarrado a la verja; tras ella, la traviesa se reía y me conminaba a saltar por encima de la valla si quería continuar la escalada, y, si así no lo hacía, el escalón y la verja desaparecerían y yo me caería al vacio.
En ese instante, la niña que aparentaba ocho años cogió la mano de la otra y le dijo:
_Déjalo pasar… No está sucio y tiene la mirada noble.
_Tendrá que saltar; no tiene zapatos… Y quien llega sin zapatos algo esconde.
_Huele a Mar… vino del mar… y está subiendo por la torre del mar.
_Pues que lo demuestre y salte la verja.
_Es un anciano, no podrá y se caerá… y se perderá.
_¡Un anciano yo!... ¡Venga! Esta verjita la salto sin manos.
Y me subí a un travesaño… y ya no era una verjita… ahora se había convertido en algo estrecho e infranqueable, en donde ni se colocaba bien un pie ni existía sitio donde agarrarse con las manos; peor aún: el piso comenzaba a desaparecer. La pequeña empezó a sollozar… de alguna manera, aquellas dos lagrimitas se grabaron en lo más profundo de mi alma.
_Está bien, que pase, pero tú no llores… aunque tendrá que entrar por el hueco de las palomas.
_No, no… no empujó la verja, la quiso saltar, y por eso, él pasará por el arco al pasillo.
_¡Pasará por el palomar!
La pequeña se acercó con una llave en la mano. Parecía cambiar de raza y se hacía más infantil según avanzaba, y también irradiaba la misma ternura que una hija propia. La verja se abrió, yo pasé, y la chiquitina me sonrió…
_ Bueno, pues ahora entra por ahí… Dijo la traviesa.
_Yo querría subir a la torre… si puede ser.
_No puedes subir a la torre, a la torre solo subimos los que ya estamos aquí, los que venís por la escalera solo podéis caer al viento del tiempo, y bueno, algunos podéis entrar al pasillo por el arco o por el palomar.
_ ¿Por qué tengo que entrar en ese pasillo?
_Porque subiste a la escalera.
_Qué chasco, me hacía ilusión subir a esa torre tan bonita… Bueno, pues bajaré por otro sitio, no tengo ganas de ir a ningún pasillo… tengo ganas de ver torres bonitas.
_Qué cabezota, no puedes bajar, solo puedes entrar al pasillo… Y es por aquí
La entrada era como una gatera dentro de una gruta: sucia, estrecha y curvada.
_No pasará. Dijo la pequeña.
_Es que está gordito.
Y no pasé… Reculé sucio y me traje varios roces en codos y rodillas.
_No es que yo esté gordito, es que es muy estrecha la entrada.
_Nunca pasarías por ahí… tienes suerte… tú pasarás por el arco.
_Sitúate en el lado de fuera y deja que te lave el viento un buen rato; luego cruza el arco… Poco a poco se desvanecieron las dos niñas… Solo quedó el aire azulino.
Lo de cruzar el arco se me antojó como lavarme la cara; secármela y luego abrir los ojos para encontrarme en el lugar más íntimo de mi propio ser. Se trataba de un pasillo sin final… Se trataba del pasillo más hermoso que uno pueda imaginar: Si mirabas hacia arriba, la vista se perdía entre destellos que subían y descendían en el interior de una cúpula que cambiaba constantemente de color y de forma; todo sucedía despacio… sin prisas… Al ritmo del tiempo.
Al frente discurría un pasillo flanqueado por multitud de mesas y estanterías que albergaban un innumerable contingente de objetos; muchos de ellos los reconocí al instante; como fotos familiares; allí estaba mi boya de pesca; el traje de flores de Ana; las gafas rectangulares de color azul que regalé a mi amigo Carlos; el juego de “Risk” de Quico Beardo; una caja llena de cigarrillos de todas las marcas que mi hermana Isa coleccionó; el tocadiscos que llevábamos al camping de San Vicente do Mar; cientos de Long-Plays; y un largo etcétera… Pero me inquietaban los otros objetos y las otras fotos, aquellos que no reconocía pero que me resultaban extraordinariamente familiares: El enorme rubí esférico tallado que descansaba en una cama dentro de una cajita  de obsidiana; aquella cajita estaba labrada con motivos estelares que representaban las constelaciones del zodíaco, y yo… Yo sabía dónde y cómo se habían tallado; también sabía que, el rubí, cuando recibía un rayo de luz del mediodía en una cámara oscura, repetía el rayo en las paredes de la cámara hasta la eternidad, pero no sabía por qué lo sabía. Allí estaban todas mis marinas y muchas más que no reconocí; me gustó, porque cada una de ellas recibía la luz por donde debían y mostraban así su alma… Luego estaba aquella biblioteca… la entrañable pluma con el número 10 en el capuchón; fotos de personas que nunca había visto. Una inquietante foto de Ana conmigo, en casa, ya ancianos y con dos niños en brazos… Avanzaba ensimismado y, al cruzar bajo un espectacular arco de vidrieras estrechas aparecí en un dormitorio, tan desconocido como familiar me resultó que, sin dudar fui hasta el zapatero a calzarme unas zapatillas de cuero y pelo que ya sabía dónde estaban; mas, al posar la vista sobre el lecho de la cama, encontré a un personaje sumido en un duermevela. Se trataba de un anciano que me miraba muy atento. Habló emocionado con el mismo timbre que yo utilicé para contestar a la chica pelirroja.
_Por fin coincidimos… Llevo esperándote una eternidad; siempre estuviste unos segundos delante o después y nunca coincidíamos… pero ven, ven y siéntate a mí lado… déjame que te vea.
_¿Quién eres?
_¿Que quién soy yo?... Je, je. Mira, la primera vez que supe de ti fue durante el gran éxodo atlante. Entonces conocí a un muchacho que decía ser hijo de Melkart, el príncipe atlante que huyó de Agadisia con más de trescientas personas; las mismas que construyeron el farol del arenal de Gadish. Después de la gran ola, el muchacho rescató del desastre la piedra de la luz y me la entregó a mí; porque así se lo pidió su padre antes de morir… Yo era el jefe de una tribu celta que huía del frío del Norte y, la piedra, es el rubí que está en la cajita de piedra negra; y el muchacho eras tú… y también eras mi alma. Desde entonces viajamos parejos por el sueño en el tiempo sin coincidir… Hasta ahora.
_La historia es tremenda, pero yo he nacido en el siglo veinte, que no en la edad de hielo… Y a propósito ¿tú no habrás leído mi libro de cuentos y fábulas?...
_Ja, ja… Tus libros… todos tus libros los hemos escrito juntos durante más de seis mil años… Son todos esos que llenan las estanterías.
_Vaya, no sabía yo eso; siempre creí que lo que yo escribía salía de mi mente y por mis manos.
_Por tus manos en tu tiempo y por las mías en mi tiempo… y por las de otros en sus tiempos… pero por la misma mente siempre.
_Difícil de comprender es eso.
_¿Recuerdas cuando fuiste un poeta francés? ¿El amante de Carmela la bandolera durante el sitio de Cádiz?... ¿Recuerdas el Rey tartesso que perdió la cordura con una corona?... ¿y aquel joven que estudió en la Medersa de Fez y que casi cambia la historia con un cargamento de velas… los recuerdas?.
_Esos son cuentos míos… imaginaciones mías.
_¿Pero es que nunca te extrañó lo fácil que te resultaba inventarte una historia?... Además, siempre has dicho que tus historias venían del sueño.
_ Eso es cierto. Entonces, ¿tú dices que eres?…
_Sería mejor que dijeses… “Somos”
Le cogí las manos y le miré a los ojos; y efectivamente, la sensación, si bien placentera, era como tocarme a mí mismo… como mirar dentro de mí interior, pero sin ver. Entonces nos abrazamos emocionados, sin poder evitar que las lágrimas se quedasen en su sitio…
_Sé que te ronda una pregunta… La pelirroja es especial; ella, en el estado de consciencia es mi nieta. Su padre es parte nuestra, pero no sueña… todavía; y lo más terrible de todo: es mi único hijo, y, es el segundo caso que conozco donde una mente utiliza dos cuerpos en el mismo instante del tiempo consciente. Lo normal somos tú, yo y los demás; ya sabes, la misma mente creciendo en diferentes zonas del tiempo; si bien, que coincidamos dos partes de una mente como padre e hijo en zona consciente es casi imposible, solo los que leemos y viajamos por el sueño somos capaces de coincidir en el tiempo… como tú y yo ahora; y por supuesto, como mi nieta: Vera Glaucinia, la pelirroja, ella forma parte de una mente más antigua y compleja que la nuestra. Los de su mente sueñan y viajan a voluntad; incluso tienen un pasillo circular; también son capaces de interrelacionarse con otras mentes diferentes a la suya durante el sueño. Ella quiere que su padre consciente actual, mi hijo, que como ya te dije no sueña, pueda soñar y entrar en nuestro pasillo del tiempo, pero no sé si podrá hacerlo… Hay muchos que no pueden…
Lentamente su semblante se fue enfriando y cambiando al color azulino que tienen las cosas del sueño; el anciano se desvanecía.
_Adiós, José, has sido el mejor regalo que podía imaginar… escríbelo; y verás que la próxima vez que camines por el pasillo estará sobre la mesa de entrada… yo lo dejaré allí.
El anciano desapareció sin dejarme su nombre, y yo me quedé sobre el lecho, solo y con la vista puesta en el techo que, ahora giraba despacio y cambiaba del color azul de los sueños a la luz brillante de la consciencia… Segundos antes de salir, noté que alguien entraba por el pasillo.
Y vuelta a la consciencia, no pude por menos que escribir la experiencia… Sobre todo, por si algún día vuelvo al pasillo del tiempo poder reconocer a otra parte de mi propia existencia… Esa que entró en el pasillo justo después de salir Yo.


¿Continuará?




*Denomino “experiencia onírica de primer orden”, a todas aquellas vivencias en estado de inconsciencia que no son provocadas por el cerebro para avisar al durmiente de malas digestiones (meteorismos) ó pesadillas derivadas de diversas índoles traumáticas. Por regla general, durante una “experiencia onírica de primer orden”, el durmiente se conecta a la vía principal de la mente, y suele “pasearse” por algún momento ó episodio intemporal.
*La escalinata era especialmente extraña: los escalones eran irregulares en todos los sentidos y cada peldaño era diferente en cuanto a forma, color y material. Y lo más curioso era que, según iba subiendo, los escalones que dejaba atrás desaparecían.

domingo, 19 de enero de 2014

El Creador de los Dioses/Capítulo IV (Recesión y Leyenda)







El Creador de los Dioses/Capítulo IV
(Recesión y Leyenda)


          Abráan había creado el primer ejército de la historia y edificado el primer monumento dedicado a un Dios… Dedicado asimismo.
La novedosa embriaguez de poder hizo mella en su espíritu, hasta el punto de creerse que todo lo que el mismo había inventado, procedía de influencia divina; así dispuso que cada seis ciclos lunares se sacrificaría un recién nacido, para regalarle su sangre a la Luna (madre de todos), y, cada trece ciclos Lunares, cuando el Sol se situase en el cielo más alto, se sacrificaría a una doncella virgen y hermosa para deleitar al astro (padre de todos). La población acató con fidelidad la abominable resolución; no obstante, su número pasaba de doscientos individuos y seguía creciendo. Los cultivos habían adquirido un desarrollo jamás visto y también habían desarrollado la ganadería, pues criaban ovejas y caballos; y también habían adoptado perros que les ayudaban y protegían. Realmente, el poblado de Abráan, era una isla tecnológica en medio de un planeta donde la mayoría de los seres humanos todavía caminaban arqueados y no conocían el fuego. El poblado contaba con pallozas de piedras y barro techadas con paja, situadas en círculo a una construcción más sólida levantada con enormes losas de piedra que subía a diez metros de altura (templo y hogar de Abráan)… Algo así no volvería a verse hasta tres mil años después. Pasaron diez años más y Abráan era un anciano que reinaba sobre un gran territorio. Un fértil valle (Mar Negro) donde se asentaban seis poblaciones de más de cien individuos; tres de aquellas poblaciones eran gobernadas por los lugartenientes guerreros; quienes cazaban y esclavizaban a otros humanos más allá del valle, los cuales representaban la mano de obra y servían para los sacrificios del templo. Los otros tres poblados eran gobernados por Ahdam y Ejhvá; quienes habían elevado el nivel cultural a una cota asombrosa… Ellos desarrollaron la cerámica; idearon útiles con huesos con los que entrelazaban el cáñamo y la lana, creando así telas y ropa de abrigo que nadie soñaba; gracias a la cerámica, fabricaron marmitas donde cocían la carne y las verduras, y donde comenzaron a fundir oro y a fabricar pulseras y collares… Por todo eso, eran admirados por la mayoría y, por supuesto, envidiados por los lugartenientes, quienes pretendían apropiarse y repartirse toda la herencia que el viejo “Rey-Dios” dejaría al morir, sobretodo, desposarse con las hijas de Ahdam y Ejhvá que eran las hembras más hermosas del mundo.
          Abráan murió y, de inmediato, Goliath asumió el poder y ordenó asesinar a Aquilión y a Eraclés , adquiriendo así toda la autoridad militar, a continuación se proclamó “Rey-Dios” y expresó su deseo de desposar a las cuatro hijas de Ahdam y Ejhvá. La noticia llegó a oídos de la pareja, quienes se apresuraron para huir en la noche, pues sabían que Goliath jamás respetaría sus vidas ni las de sus tres hijos. Amparados en la oscuridad de la noche, Ahdam, Ejhvá; su familia y varias familias de allegados partieron en dirección al Norte… Hacia las nieves eternas donde nadie se atrevería a seguirles.
          Nunca sabrían, que ellos serían el punto de inicio de todas las civilizaciones posteriores… los que crearían las leyendas donde hombres y dioses se mezclaban.
          El siguiente movimiento tectónico rompió por primera vez el muro natural y el mar entró a saco en el fértil valle, tres días después volvió a cerrarse y, el lago que quedó, se secó al poco. El lugar quedó liso y sin rastro alguno de asiento humano… Años después volvieron los hombres y sus leyendas; historias antiguas que hablaban de paraísos perdidos y dioses enojados; y también, muchos años después, el mar volvió a entrar en el valle para no volver a salir. Pero la Leyenda quedó arraigada en los corazones de todos los que huyeron y colonizaron el planeta… Historias antiguas que hablaban de paraísos perdidos y dioses enojados a los que había que contentar, para así obtener su favor y regresar al paraíso.



 




Fin

viernes, 4 de mayo de 2012

Poemario Elemental Parte I de III

Siempre me gusta...

Visitar esos lugares alejados y aún salvajes de la Isla...
Ver como una gaviota avanza al son que baila el viento...
Ver como la vida es una orquesta en manos de la marea...
Sentir la vida.
 
Siempre quisiera...
Volver densa la imaginación, para poder caminar por el puente de plata del Sol y cruzar la Bahía hasta zambullirme en el mar.
Ser como las piedras del muro que cayó al mar y soportar año tras año, sin insolencia, su embate y su cólera.
Transformarme en Cangrejo Violinista… y en Garza; o en Gaviota… o en Flamenco, para así aprender el misterio de la Bajamar...
El de la vida latente.
 
Siempre me emociono...
Al escuchar las notas saltarinas de una guitarra al toque de una Alegría, que como rachas de viento entran en mi…
tocando mis sentidos dormidos. despertándolos con suaves estremecimientos y erizando la piel con cada giro... con cada nota.
Siempre me emociono...
Al contemplar al Sol poniéndose en el mar...
Mientras ráfagas templadas de viento lavan mi rostro...
Mientras los colores se confunden y se funden con el olor del mar...
Mientras la Luna Llena nace detrás de mi, bella, orgullosa…
Radiante.

Siempre me emociono...
Al tumbarme en la arena cálida de la playa y dejarme acunar por miles de granos de oro, de cristal…
Y sentirme envuelto, por cientos de miles de lágrimas de estrellas...
de tibio y dulce tacto...
Siempre siento que vuelvo a nacer.  
       





J.Quintela.... Sep 96.

miércoles, 2 de mayo de 2012

El Creador de los Dioses/Capítulo III



El Creador de los Dioses/Capítulo III
(H. Sapiens)


E
l suceso catastrófico lo causó una unión brusca entre las placas eurasiática y africana que provocó un vaivén en el eje de rotación, desviándolo más de cinco grados hacia el sur; a tenor de ello, la variación climática fue demasiado rápida y muy profunda, ya que se asociaron los factores provocados por el vulcanismo, por los terremotos y por la bajada de temperaturas generalizada.
Las nubes negras llegaron arrojando ceniza asfixiante y luego nieve cargada de ceniza que al licuarse quemaba la piel y mataba a las plantas. En pocas horas la mayor parte del poblado desapareció bajo las cenizas y las aguas del río que, había cambiado su curso y bajaba lento, arrastrando cenizas y ramas de árboles como una terrible lengua negra que devoraba todo lo que se le ponía por delante. Abraán y su familia tuvieron mucha suerte porque les cuadró cerca la entrada de la cueva alta. Fueron cuatro años de penurias y extrema escasez donde la recesión se hizo manifiesta en varios de los nacidos en el interior de la cueva; curiosamente, se estaba estableciendo un orden antropomorfo diferente. Y allí estaban evolucionando minuto a minuto, después de innumerables siglos de lenta evolución; allí, en aquel momento y en aquella cueva se desencadenaban los perfiles genéticos de los seres humanos. Ya eran veinte, y habían nacido y muerto otros tantos, pero los que quedaron eran muy diferentes a sus abuelos e incluso entre ellos. Los que se parecían a Abráan, “El Patriarca”, eran más altos y su pelo era liso; y también eran más inteligentes, pero habían desarrollado ciertos aspectos negativos… algunos eran celosos y otros envidiosos; y entre todos comenzaban a formar una jerarquía social donde el más inteligente se sentaba al lado del patriarca. No obstante, todavía no usaban la violencia entre ellos.
El otro orden era diferente y estaban muy discriminados en el clan; se habían quedado un paso atrás y no comprendían las cosas que hacían y decían sus hermanos, pero eran nobles y sumisos pese a su fiero aspecto. También tenían más éxito a la hora de reproducirse.
          En el cuarto año después de la catástrofe, la hierba volvió a la tierra y los árboles ya tenían frutas y los animales llegaron; poco a poco, el planeta se recuperaba del varapalo sufrido. Y salieron de la cueva, volvían a ser más de un centenar y estaban divididos en cinco clanes donde cuatro dependían del clan principal presidido por Abráan. Los clanes conformaron un asiento único; podría decirse que aquel fue el primer poblado humano que existió. Abráan se había desarrollado mucho a nivel intelectual; mucho más que ningún otro humano nacido de él… Salvo Ahdam y Ejhvá que con solo tres años y medio ya pronunciaban palabras y nombraban igual que algunos adultos.
Sucedió una tarde en la que estaba sentado en una roca, ensimismado, con la vista fija en el suelo no podía dejar de observar la línea de hormigas que se afanaban en acarrear granos de una hierba en especial y adentrarlas en el interior del hormiguero; y entonces, uno de los chicos tiró una piedra hacia el árbol que estaba a su lado; y al caer, la piedra golpeó contra la roca que tenía delante de sus ojos, y en el acto surgió una chispa… y aquella chispa cambiaría toda la historia de la humanidad. Abráan se quedó asombrado de lo que vio y cogiendo la piedra la golpeó cerca del suelo contra otra roca y curiosamente surgió una chispa que por fortuna hizo prender el fuego en una brizna de hierba… Abráan acababa de descubrir que podía hacer fuego… a voluntad. Muchas cosas sucedieron en aquel instante: No saltó de alegría…calló… y en ese momento se cumplió, que por primera vez un humano elegía lo que callar o decir a voluntad; y también comenzó a conformar un plan donde el resto no solo lo verían como hasta ahora lo habían hecho si no que lo verían como a algo completamente diferente y especial… nacía la Vanidad.

sábado, 28 de abril de 2012

El Fenicio y La Habanera




EL FENICIO Y LA HABANERA

C
uando voy a la playa de Camposoto, me gusta dar un largo paseo en dirección hacia la punta del boquerón; afición que igualmente comparten cientos de isleños, a los que puede vérseles a lo largo de las mañanas domingueras paseando multitudinariamente de una punta a otra de la playa, como si de la mismísima calle real se tratase. Personalmente suelo realizar un exhaustivo reconocimiento de la franja de depósito de la última marea; la intención no es otra que hacerme con piedras y caracolas extrañas –casi siempre minúsculas- que aquella deja sobre la arena. La mayoría de las veces dejo volar mi imaginación durante el rastreo, me imagino que algo parecido les sucederá a esos buscadores de objetos perdidos que se echan a la playa muy de madrugada cargando con su detector de metales, siempre imaginando un pequeño tesoro oculto debajo de la arena; ya saben, alguna cadenita de oro, monedas... Yo suelo soñar que en cualquier momento mi vista tropezará con algún tesoro marino: caracolas con varios cuernos o una de gran tamaño, pero nunca sucede así; no obstante me siento muy agradecido cuando encuentro algún caracol piramidal o alguna concha con su nácar en perfecto estado.
       Un día de esos, mientras paseaba de la mano de Ana, mi queridísima esposa, ambos decidimos subir a una de las numerosas dunas que corren a lo largo de la playa; allí, desde la privilegiada atalaya que nos ofrecía la elevación de la duna saboreamos con gozo el entorno que nos envolvía. Girábamos sobre nosotros mismos cayendo hipnotizados ante la intrigante belleza que nos regalaba el castillo de Sancti Petri y el resto del paisaje… único; ya que puestos al Sur, si se mira al Oeste se ve una impresionante perspectiva de Cádiz; al Sureste queda la punta del boquerón y el islote de Sancti Petri; y luego, si se da la espalda al mar, se aprecia el poblado atunero, Chiclana y la sierra gaditana con total nitidez, destacándose en primer plano, como si se tratase de una fiel admiradora, la villa de Medina Sidonia.

 Pues bien, en un momento que dirigí mis ojos hacia la arena de la playa, mis ojos se fijaron en una botella verde que se asomaba tímidamente por entre las ramas de la marisma, la botella aparecía medio cubierta de escaramujos y bastantes percebes, lo que le confería ese aspecto inequívoco común a todos los objetos que el mar arroja a la playa después de haber permanecido durante años flotando a la deriva. A Ana se le ocurrió que podría ser la típica botella con mensaje dentro. Los dos sonreímos la ocurrencia, pero cuando al fin la tuve entre mis manos, “Sorpresa”, la ocurrencia se había trocado en realidad: la botella tenía un mensaje. Huelga detallar la impresión que el hallazgo causó en nuestro ánimo; al momento comenzamos a barajar algunas posibilidades, por un lado creíamos en la conveniencia de poner la botella en manos de algún experto y por el otro pensábamos que nadie era más merecedor de desentrañar aquel misterio que nosotros mismos. Finalmente nos decantamos por aquella opción y decidimos abrirla.
La botella se asemejaba a las actuales de Cava, pero con el cuerpo más corto y el cuello más largo. El remitente, previsor, la taponó con corcho encerado y luego cubrió toda la boca con lacre. Para poder abrirla sin herir el cristal tuve que echar mano de una escofina fina hasta descubrir el orificio y luego utilicé un sencillo sacacorchos con el que saqué sin problema alguno el tapón. Y por fin, tras volcar el contenido de la botella sobre la mesa grande de la cocina, apareció un escueto rollo de papel descolorido. Solventada la primera impresión de extrema fragilidad que evocaba el rollo pudimos abrirlo y, para nuestra sorpresa, sólo se trataba de un envoltorio que protegía al verdadero documento que constaba de dos folios con un tamaño de doscientos por doscientos veinte milímetros; el primero era una carta de amor y el segundo un poema cargado de nostalgia. La calidad del papel era extraordinaria, de la que sólo se encuentra en algunos libros fechados a comienzos del siglo veinte. El remitente, de nombre Carlos Martín Sorolla, era gaditano y estaba enamorado de una tabaquera mulata de la ciudad de La Habana
.
Carlos había sido uno de los supervivientes de la guerra hispanoamericana de 1898, donde sirvió como teniente de navío a bordo del malogrado crucero Infanta María Teresa. Durante el corto espacio de tiempo en que la flota del Almirante Pascual Cervera Topete estuvo fondeada en la bahía de Santiago, Carlos conoció a una espigada mulata llamada Isabela de la que se enamoró perdidamente. Carlos e Isabela vivieron una historia de amor imposible, de la que sólo quedó dolor y una hija que jamás llegó a ver.
El día 3 de Julio de 1898, el almirante Cervera movilizó su bloqueada flota por petición expresa del gobierno y, a consecuencia de ello, sus buques fueron diezmados sin misericordia. Carlos fue milagrosamente rescatado y pasó a formar parte de los prisioneros que tres meses más tarde fueron repatriados a España. Pero a Carlos sólo le dolía el corazón y en varias ocasiones intentó fugarse; tal era su desesperación que, en uno de aquellos intentos de fuga golpeó con una piedra en el cráneo a un oficial español que fumaba en la oscuridad de la noche provocándole la muerte instantánea. Aquello fue un accidente, pues Carlos pensó que golpeaba a un centinela yanqui. Sin embargo nadie lo entendió así; todos pensaron que había sido una venganza o algo similar. El crimen le supuso a Carlos un consejo de guerra que le condenaba a prisión de por vida; y así, en noviembre de 1898, Carlos ingresó en el penal militar sito en el castillo de San Sebastián, en Cádiz. Desde allí lanzó la botella que nunca llegaría a su destino.
En el verano del año 1998, un pariente mío decidió pasar unos días de vacaciones en Cuba. Yo aproveché la ocasión para entregarle los dos documentos, con la esperanza de encontrar con vida a la hija de Isabela, mas las pesquisas resultaron infructuosas y los documentos de Carlos regresaron a España. Desde aquel día ocupan un lugar de privilegio en mi librería, y a menudo, cuando me siento deplorablemente superficial no dudo en acudir a leer el poema que Carlos envió a Isabela…
 Un poema cargado de nostalgia y amor:

El Fenicio y La Habanera:

Con la mirada nostálgica fija en el mar,
vuela el desconsuelo del triste Fenicio.
El enamorado que no pudo salvar,
a la perla negra del vano suplicio.
Llora...
Y sus lágrimas mielan oro en aquel malecón.
Aspira...
Y del Caribe bebe susurros de savia pasión.
¡Ay! negra tabaquera de La Habana,
de oliva mulata y son guaguancó.
Rea del hombre, del agua y del fuego.
Cimbreante caña salpicada de Ron.

Mi corazón en el Sol de la mañana,
navega sin yerro al lugar que soñó.
Donde por preso de amores juego,
sus latidos ahogó entre azúcar y son.

Con la mirada nostálgica fija en el mar,
vuela el desconsuelo del triste Fenicio.
El enamorado que no pudo salvar,
a la perla negra del vano suplicio.

Niebla

lunes, 16 de abril de 2012

Marisma


Marisma


Fueron cientos volando
Menos fueron
Los charrancillos que picaron
Más fueron los cormoranes
Que comieron…
Pero fueron aquellos flamencos
Posándose detrás del crepúsculo
Fueron ellos los que  pintaron
El deseo del Sol 
Queriendo poseer una sonrisa de la luna
Pintada de rosa al fuego.
O fueron los quiebros de algún serranillo
Buscando en el cielo lo que no hay en el mar
Los que dejaron la estela verdemar
El color sindolor que es seno de ola.
O probablemente fueron todos los que besaron
La piel del mar los que dejaron el asiento…
Crisol único del color
Asiento primigenio del amor…