domingo, 19 de enero de 2014

El Creador de los Dioses/Capítulo IV (Recesión y Leyenda)







El Creador de los Dioses/Capítulo IV
(Recesión y Leyenda)


          Abráan había creado el primer ejército de la historia y edificado el primer monumento dedicado a un Dios… Dedicado asimismo.
La novedosa embriaguez de poder hizo mella en su espíritu, hasta el punto de creerse que todo lo que el mismo había inventado, procedía de influencia divina; así dispuso que cada seis ciclos lunares se sacrificaría un recién nacido, para regalarle su sangre a la Luna (madre de todos), y, cada trece ciclos Lunares, cuando el Sol se situase en el cielo más alto, se sacrificaría a una doncella virgen y hermosa para deleitar al astro (padre de todos). La población acató con fidelidad la abominable resolución; no obstante, su número pasaba de doscientos individuos y seguía creciendo. Los cultivos habían adquirido un desarrollo jamás visto y también habían desarrollado la ganadería, pues criaban ovejas y caballos; y también habían adoptado perros que les ayudaban y protegían. Realmente, el poblado de Abráan, era una isla tecnológica en medio de un planeta donde la mayoría de los seres humanos todavía caminaban arqueados y no conocían el fuego. El poblado contaba con pallozas de piedras y barro techadas con paja, situadas en círculo a una construcción más sólida levantada con enormes losas de piedra que subía a diez metros de altura (templo y hogar de Abráan)… Algo así no volvería a verse hasta tres mil años después. Pasaron diez años más y Abráan era un anciano que reinaba sobre un gran territorio. Un fértil valle (Mar Negro) donde se asentaban seis poblaciones de más de cien individuos; tres de aquellas poblaciones eran gobernadas por los lugartenientes guerreros; quienes cazaban y esclavizaban a otros humanos más allá del valle, los cuales representaban la mano de obra y servían para los sacrificios del templo. Los otros tres poblados eran gobernados por Ahdam y Ejhvá; quienes habían elevado el nivel cultural a una cota asombrosa… Ellos desarrollaron la cerámica; idearon útiles con huesos con los que entrelazaban el cáñamo y la lana, creando así telas y ropa de abrigo que nadie soñaba; gracias a la cerámica, fabricaron marmitas donde cocían la carne y las verduras, y donde comenzaron a fundir oro y a fabricar pulseras y collares… Por todo eso, eran admirados por la mayoría y, por supuesto, envidiados por los lugartenientes, quienes pretendían apropiarse y repartirse toda la herencia que el viejo “Rey-Dios” dejaría al morir, sobretodo, desposarse con las hijas de Ahdam y Ejhvá que eran las hembras más hermosas del mundo.
          Abráan murió y, de inmediato, Goliath asumió el poder y ordenó asesinar a Aquilión y a Eraclés , adquiriendo así toda la autoridad militar, a continuación se proclamó “Rey-Dios” y expresó su deseo de desposar a las cuatro hijas de Ahdam y Ejhvá. La noticia llegó a oídos de la pareja, quienes se apresuraron para huir en la noche, pues sabían que Goliath jamás respetaría sus vidas ni las de sus tres hijos. Amparados en la oscuridad de la noche, Ahdam, Ejhvá; su familia y varias familias de allegados partieron en dirección al Norte… Hacia las nieves eternas donde nadie se atrevería a seguirles.
          Nunca sabrían, que ellos serían el punto de inicio de todas las civilizaciones posteriores… los que crearían las leyendas donde hombres y dioses se mezclaban.
          El siguiente movimiento tectónico rompió por primera vez el muro natural y el mar entró a saco en el fértil valle, tres días después volvió a cerrarse y, el lago que quedó, se secó al poco. El lugar quedó liso y sin rastro alguno de asiento humano… Años después volvieron los hombres y sus leyendas; historias antiguas que hablaban de paraísos perdidos y dioses enojados; y también, muchos años después, el mar volvió a entrar en el valle para no volver a salir. Pero la Leyenda quedó arraigada en los corazones de todos los que huyeron y colonizaron el planeta… Historias antiguas que hablaban de paraísos perdidos y dioses enojados a los que había que contentar, para así obtener su favor y regresar al paraíso.



 




Fin

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