miércoles, 2 de mayo de 2012

El Creador de los Dioses/Capítulo III



El Creador de los Dioses/Capítulo III
(H. Sapiens)


E
l suceso catastrófico lo causó una unión brusca entre las placas eurasiática y africana que provocó un vaivén en el eje de rotación, desviándolo más de cinco grados hacia el sur; a tenor de ello, la variación climática fue demasiado rápida y muy profunda, ya que se asociaron los factores provocados por el vulcanismo, por los terremotos y por la bajada de temperaturas generalizada.
Las nubes negras llegaron arrojando ceniza asfixiante y luego nieve cargada de ceniza que al licuarse quemaba la piel y mataba a las plantas. En pocas horas la mayor parte del poblado desapareció bajo las cenizas y las aguas del río que, había cambiado su curso y bajaba lento, arrastrando cenizas y ramas de árboles como una terrible lengua negra que devoraba todo lo que se le ponía por delante. Abraán y su familia tuvieron mucha suerte porque les cuadró cerca la entrada de la cueva alta. Fueron cuatro años de penurias y extrema escasez donde la recesión se hizo manifiesta en varios de los nacidos en el interior de la cueva; curiosamente, se estaba estableciendo un orden antropomorfo diferente. Y allí estaban evolucionando minuto a minuto, después de innumerables siglos de lenta evolución; allí, en aquel momento y en aquella cueva se desencadenaban los perfiles genéticos de los seres humanos. Ya eran veinte, y habían nacido y muerto otros tantos, pero los que quedaron eran muy diferentes a sus abuelos e incluso entre ellos. Los que se parecían a Abráan, “El Patriarca”, eran más altos y su pelo era liso; y también eran más inteligentes, pero habían desarrollado ciertos aspectos negativos… algunos eran celosos y otros envidiosos; y entre todos comenzaban a formar una jerarquía social donde el más inteligente se sentaba al lado del patriarca. No obstante, todavía no usaban la violencia entre ellos.
El otro orden era diferente y estaban muy discriminados en el clan; se habían quedado un paso atrás y no comprendían las cosas que hacían y decían sus hermanos, pero eran nobles y sumisos pese a su fiero aspecto. También tenían más éxito a la hora de reproducirse.
          En el cuarto año después de la catástrofe, la hierba volvió a la tierra y los árboles ya tenían frutas y los animales llegaron; poco a poco, el planeta se recuperaba del varapalo sufrido. Y salieron de la cueva, volvían a ser más de un centenar y estaban divididos en cinco clanes donde cuatro dependían del clan principal presidido por Abráan. Los clanes conformaron un asiento único; podría decirse que aquel fue el primer poblado humano que existió. Abráan se había desarrollado mucho a nivel intelectual; mucho más que ningún otro humano nacido de él… Salvo Ahdam y Ejhvá que con solo tres años y medio ya pronunciaban palabras y nombraban igual que algunos adultos.
Sucedió una tarde en la que estaba sentado en una roca, ensimismado, con la vista fija en el suelo no podía dejar de observar la línea de hormigas que se afanaban en acarrear granos de una hierba en especial y adentrarlas en el interior del hormiguero; y entonces, uno de los chicos tiró una piedra hacia el árbol que estaba a su lado; y al caer, la piedra golpeó contra la roca que tenía delante de sus ojos, y en el acto surgió una chispa… y aquella chispa cambiaría toda la historia de la humanidad. Abráan se quedó asombrado de lo que vio y cogiendo la piedra la golpeó cerca del suelo contra otra roca y curiosamente surgió una chispa que por fortuna hizo prender el fuego en una brizna de hierba… Abráan acababa de descubrir que podía hacer fuego… a voluntad. Muchas cosas sucedieron en aquel instante: No saltó de alegría…calló… y en ese momento se cumplió, que por primera vez un humano elegía lo que callar o decir a voluntad; y también comenzó a conformar un plan donde el resto no solo lo verían como hasta ahora lo habían hecho si no que lo verían como a algo completamente diferente y especial… nacía la Vanidad.

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